lunes, 16 de febrero de 2009





La Britania Artúrica

Los Años Oscuros

El periodo de tiempo comprendido entre la marcha de los romanos de Britania y la llegada de San Agustín a Kent para convertir a los sajones se conoce como los Años Oscuros. Dicha época comprende la mayor parte de los siglos V y VI y prácticamente no existen testimonios escritos del periodo. Pero si sabemos que durante estos años se produjo la paulatina división de Britania en un Oeste Británico, un Este Teutónico y un Norte Gaélico: gérmenes de las futuras Gales, Inglaterra y Escocia respectivamente, y la gradual conversión al cristianismo de la zona occidental de la isla.

En el año 410 Britania se había convertido en una región dividida en tres partes con gobiernos autónomos, el Norte (compuesto por gentes de pueblos británicos y anglos); el Oeste (con británicos, irlandeses y anglos); y el Sureste (principalmente, anglos). Con la marcha de las últimas tropas británicas, los bárbaros encontraron el camino libre para atacar y dominar a las tribus británicas. Especialmente, los Pictos y Escoceses atacaban el Norte y Oeste (los Escoceses, procedentes de Irlanda, aún no se habían establecido en la actual Escocia); y los Sajones, Anglos y Jutes el Sur y Este.

Los dos siglos posteriores a la salida de los romanos de Britania se considera como una de las épocas más tormentosas y peligrosas de la historia inglesa, y, desde luego, una de las más oscuras. La única información de la penetración anglosajona en Britania procede de los relatos del monje Gildas en el siglo VI, del historiador Bede en el siglo IIX, y del historiador Nennius en el siglo IX. De sus relatos, y de las evidencias arqueológicas, podemos deducir que la ocupación anglosajona de la isla de Britania tuvo lugar en dos fases. Por supuesto, evito usar el término partidista ‘conquista’ usado por Bede en sus escritos.

Podemos encontrar una situación análoga a la subjetivización de la historia por parte de los historiadores ingleses en referencia a este periodo en la historia de Israel. Recientes descubrimientos arqueológicos han puesto en duda gran parte del relato que encontramos en la Biblia sobre la conquista de Canaan. Hay que tener en mente que quienes escriben la historia son los vencedores, ansiosos de magnificar sus victorias y denigrar al contrincante. Ahora está claro que los bardos y escribas semitas transformaron lo que en realidad fue una ocupación paulatina sin oposición, mediante la inmigración, en una literaria y épica conquista por las armas.

En lo referente a la historia británica, vemos que los historiados ingleses, especialmente Bede, no se diferenciaron mucho de sus colegas israelíes. Al margen de su exactitud y pericia como historiador, está claro que los prejuicios de Bede hacia los nativos británicos así como sus creencias religiosas y proximidad a los invasores ingleses marcaron hondamente sus relatos sobre la colonización de la isla.

Bede (672-735) pasó la mayor parte de su vida en Jarrow, provincia de Northumbria. En muchos sentidos se puede considerar que su trabajo como historiador fue bastante acertado, aunque al ser también teólogo sus ideas religiosas desvirtúan la objetividad de su trabajo. Su hostilidad hacia algunos pueblos británicos, debida a sus inclinaciones religiosas pro-cristianas, convierte en parcial su obra. En sus escritos se refiere a los miembros de la ‘iglesia celta’ como ‘bárbaros’ o ‘raza rústica y pérfida’. Muchos historiadores modernos consideran a Bede un ‘monje loco’, pero su libro de historia del año 708 ha representado la única referencia valida sobre la historia de este periodo durante muchos años, sin ser cuestionado. Tampoco pueden escapar a la acusación de parcialidad Nennius ni Geoffrey de Monmouth, ni la mayor parte de los historiadores ingleses del pasado, ya que transmitieron y refrendaron la idea de que los nativos británicos habían sido forzados a emigrar, permaneciendo únicamente en Gales y Cornwall, por la mal llamada ‘conquista anglosajona’.

No se puede considerar que el patrimonio cultural británico proceda únicamente de los anglosajones; este patrimonio es, al igual que en tierra santa, un crisol de culturas, ideologías y sociedades. Por ejemplo, existen evidencias de que los celtas no desaparecieron de Inglaterra. Más de un historiador moderno ha señalado que un éxito militar como una conquista total por parte de un ejercito anglosajón de la isla no podría de ningún modo haber pasado desapercibida para los profesionales y eficientes historiadores romanos, pero sólo las crónica de Procopio y Próspero Tiro hacen referencia al evento, y en términos que no hacen pensar en una conquista a gran escala.

En las ‘Crónicas Galas’ del 452, Tiro relata como los británicos autóctonos fueron reducidos en el año 443 ‘in dicionen Saxonum’ (al poder de los Anglos). Usa el termino Sajón (Saxonum) para referirse a todos los habitantes de Britania que usaban el idioma de los anglos (futuro ingles). La palabra procedía del término galés Saeson, usado para referirse a estas gentes. Los historiadores romanos tomaron la costumbre de denominar sajones a todos los pueblos que, desde el siglo III, atacaban la costa oriental y sur de Inglaterra. Aunque realmente los pueblos que se asentaron en Britania durante el siglo VI eran Anglos y Frisones, la denominación ‘sajones’ usada por los romanos provocaría que, a la larga, fueran conocidos como anglosajones o simplemente sajones.

En el relato de Procopio, de mediados del siglo VI (Las Guerras Godas, Libro 1V, Capítulo 20), se describe que la isla de Britania se encontraba bajo el dominio de tres grandes naciones: los Angili, los frisios, y los bretones. “Y son tan numerosas las gentes de estas naciones que, cada año, muchos de ellos emigran a las tierras de los Francos...”. En el relato no se habla de que estos pueblos viviesen en estado de guerra o enemistad entre ellos, ni tampoco se hace referencia a una invasión y expulsión de los británicos autóctonos hacia el oeste. Tenemos que asumir, por tanto, que las Crónicas Galas del 452 se refieren únicamente a una parte, relativamente pequeña, de Britania, y que no implica la existencia de una conquista real por parte de los sajones. De acuerdo a un reciente estudio del Instituto de Biología Molecular de la Universidad de Oxford (publicado en Realm, Marzo/Abril 1999) se ha establecido que existen características en el ADN procedentes del hombre de la última era glaciar iguales en un 99 por ciento de una muestra de 6.000 británicos analizados, lo que demuestra que la presencia sajona, de los anglos y de los jutes (y daneses, y normandos) no afectaron básicamente a la población local y en ningún caso supusieron su exterminio o confinación en una determinada zona geográfica.

Por tanto, debemos estar de acuerdo con la teoría de los profesores John Davies y A.W. Wade-Evans, que, por primera vez, dudaron de la versión de la invasión, poniendo en entredicho la supuesta aniquilación y persecución de los aborígenes británicos por parte de los sajones. El mito fue creado y divulgado, principalmente, por los historiadores del siglo XIX en su intento de remarcar la naturaleza teutónica del pueblo Inglés, y diferenciar al políticamente maduro, emocionalmente estable e instruido pueblo de Inglaterra de los primitivos, rudos y poco fiables pueblos de Gales, Escocia e Irlanda, que, aparentemente, no compartían ninguna característica benigna con las gentes de Inglaterra.

No fue tan sólo Bede el que contribuyó a sembrar la confusión sobre los sucesos acaecidos en el periodo comprendido entre los años 400 y 600, también jugó su papel el considerado como documento más influyente escrito en este periodo por el monje Gildas, en el año 540: De Excidio Britanniae (Sobre la Caída de Britania). En este escrito de unas 25.000 palabras, Gildas nos sermonea menospreciando e insultando a sus contemporáneos, los Reyes de Britania. Nos dice, a las claras, que la venida de los sajones fue un castigo divino por los pecados de los nativos británicos. Como podemos descubrir al releer cuidadosamente a Gildas, su historia no contiene pruebas fehacientes sobre los hechos que relata, teniendo que fiarnos más de la producción literaria de la época, sobre todo la procedente de Escocia, que aporta información de mejor calidad que la proporcionada por este supuesto ‘historiador’.

Del norte de la isla surgieron dos grandes poetas, Taliesin y Aneirin. Ambos vivieron en la zona conocida hoy en día como Strathclyde, Escocia, pero escribieron en Galés antiguo. Sus poemas forman parte de la tradición heroica que ensalzaba a los reyes guerreros y a sus seguidores batallando continuamente contra los malvados invasores germánicos. También ensalzaban el honor en la derrota. Los poemas de Taliesin nos hablan del gobernante ideal, que protege a su pueblo con su coraje y ferocidad en la batalla pero que sabe ser magnánimo y generoso en tiempos de paz. Aneirin es conocido por su poema Y Gododdin, canto a las hazañas de un grupo de guerreros que lucharon contra los anglos en Catraeth y que estaban deseando entregar sus vidas por su señor. En este poema aparece la primera referencia a Arturo, descrito como parangón de virtud y valentía. En el Annales Cambriae, dibujado en las paredes de St. David en Gales, Arturo aparece triunfante tras la Batalla de Badon del año 516 contra los sajones.
Otra recopilación de relatos populares fechada en el año 830 repasa los eventos de estos oscuros años y se conoce como Historia Brittonum, atribuida a Nennius. En ella se menciona a Arturo, al igual que a Bruto, como uno de los antecesores de los galeses. Quizás una de las primeras referencias fiables a la figura de Arturo sea la del año 537 en el Annales, que describe brevemente la Batalla de Camlan, en la que murieron tanto Arturo como Medrawd (Mordred). El resto de historias sobre el enigmático líder británico son puras fantasías. Pero sería con la imaginativa producción de Geoffrey de Monmouth (1090-1155) con la que se generaría toda una serie de romances artúricos dando lugar a una nueva e impresionante tradición en la literatura europea.

Históricamente, la llegada del cristianismo a la isla ensombrecerá los grandes logros literarios. En la mayor parte de la actual Inglaterra, el latín se convirtió en el idioma oficial de la administración y la educación, sobre todo debido a la práctica inexistencia de la escritura en la cultura celta. El latín también era el idioma de la poderosa Iglesia de Roma. Los antiguos dioses celtas habían dejado paso a los nuevos, como Mitra, introducidos por los romanos; de nuevo fueron reemplazados cuando misioneros procedentes de la Galia introdujeron el cristianismo en las islas. Parece que ya en el año 314 se había establecido una Iglesia Cristiana en Britania, ya que en ese año varios obispos británicos asistieron al primer concilio de la Iglesia en Arles. A finales del siglo IV se instauró la organización diocesana, estando varias diócesis bajo el poder directo de un obispo.

Durante este periodo, varios misioneros de la Palabra de Dios se encargaron de evangelizar el sur y este de la zona que conocemos como Escocia (no tomaría este nombre hasta finales del siglo X, usándose hasta entonces Scotia para referirse a Irlanda y transfiriéndose en esta época la denominación al actual suroeste de Escocia). El misionero pionero en esta tierras fue Ninian, que, probablemente, fundó la primera iglesia (Candida Casa: Casa Blanca) en Whithorn, Galloway, ejerciendo su ministerio desde aquí como obispo viajero. Murió y fue enterrado en su iglesia en el año 397. Durante siglos, su tumba se convirtió en lugar de peregrinación, incluso para los reyes y reinas de Escocia.

Durante las invasiones sajonas, en la inmutable península occidental que más tarde se conocería como Gales, se establecieron los primeros monasterios (las palabras Gales y Galés las usaban los germanos para referirse a los británicos romanizados). Este tipo de instituciones se extendieron rápidamente a Irlanda, desde donde misioneros retornaban para intentar evangelizar las zonas de la isla que no estaban bajo jurisdicción de alguno de los Obispos de Roma, principalmente el noroeste. Aunque el primero de estos misioneros fue St. Oran, que estableció iglesias en Iona, Mull y Tiree, el de mayor relevancia fue sin duda Columba, que, aunque más tarde se convertiría en uno de los santos más populares de la historia de la Iglesia Católica, construyó la nave principal de su monasterio orientada al oeste, y no al este, siguiendo las tradiciones locales. Sus esfuerzos reformadores le llevaron a ser excomulgado por Roma. Tuvo que huir de Irlanda, con lo que Escocia ganó lo que Irlanda perdió.

La isla de Iona se encuentra en la costa oeste de Argyll, actual Escocia. Es conocida como la Isla de los Sueños o la Isla de los Druidas. Aquí desembarcó Columba (Columcille “Paloma de la Iglesia”) con un reducido grupo de monjes irlandeses en el año 563 con el único objetivo de predicar el evangelio entre las gentes del lugar, y en esta isla fue donde el santo coronó rey del nuevo territorio de Dalriata a Aidan (la zona había sido colonizada previamente por hombres de Columba procedentes de Ulster). Iona se convirtió rápidamente tanto en la sede principal de la Iglesia Celta de toda Britania como en un centro político de gran relevancia. Tras asilar en el complejo monástico de Iona al prófugo Oswald en el siglo VII, el Rey, cuando recuperó su poder, invitó a los monjes a abandonar el complejo para establecerse en Northumbria. De esta forma, Aidan y sus doce discípulos se establecieron en Lindisfarne, que al igual que Iona paso a convertirse en un importante centro cultural y religioso de los primeros años de la cristiandad.

Parece que, en el año 574, Columba volvió a Irlanda para defender a los bardos, a punto de ser expulsado de la zona por ser generadores de problemas y disturbios. Según la leyenda, el monje alegó que su expulsión privaría al país del rico folclore y tradición celtas. También se negó a talar los centenarios robles sagrados característicos de la ancestral cultura de los druidas. Aunque se permitió quedarse a los bardos, se les obligó a renunciar a sus privilegios como guardianes de la antigua religión (algunos escritores modernos, como Robert Graves, han datado algunas de las raíces de la literatura celta en tiempos muy anteriores al siglo VI).

Durante el periodo que nos ocupa, los siglos V y VI, fueron numerosos los santos celtas que fueron ‘asumidos’ por la Iglesia, en su proceso de rápida expansión. Pero, en el Sínodo de Whitby del año 664, la Iglesia Celta, con sus propias ideas sobre la consagración de sus obispos, sus monjes tonsurados, sus fechas propias para la celebración de la Pascua, y muchas otras diferencias con la Iglesia de Roma, fue forzada por la mayoría de obispos a aceptar la regla de San Pedro, introducida por Agustín, en vez de la regla de St. Columba. Desde este momento, ya no se puede hablar de la existencia de una Iglesia Celta diferenciada de la romana. Desde finales del siglo VII ya podemos empezar a hablar de una entidad política anglosajona como tal en la isla, y de la formación y crecimiento de diferentes reinos ingleses en ella.

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