sábado, 25 de diciembre de 2010

Bosque de piedra


Las nervaduras de piedra escalaban la pared como una planta trepadora con control remoto, siguiendo arcos imaginados en la cabeza del constructor. A partir de tres volutas rematadas con pequeñas esferas en su parte baja, cada nervio recorría la pared para encontrarse con su pareja en lo alto del arco, formando una cruz casi arbórea. La naturaleza se traslada a piedra y el ser humano puede sentirlo al penetrar en el edificio: estamos de vuelta en los bosques de castaños y encinas milenarias, añorando el verdor y los aromas, pero con un sentimiento de solemnidad añadido por la paz y la quietud del entorno. Es fácil comprender como algunos encuentran a Dios en estos lugares, yo me encuentro a mi mismo. Sólo aquí puedo respirar, y creo que puedo ver como cada átomo de oxígeno penetra en mi cuerpo, como atraviesa las paredes de los alvéolos y se convierte en amante de algún glóbulo rojo deseoso de nuevas sensaciones. La vida fluye con tanta lógica y exactitud como la arquitectura que me rodea, plena en su belleza. La piedra húmeda quiero creer que actúa como una memoria milenaria, acumulando las experiencias, sentimientos y vivencias de los que nos precedieron. Y si uno reposa sus manos desnudas sobre ella puede sentir vibraciones en el alma. Reverberaciones de los ancestros. Si que hay vida más allá de la muerte.

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