sábado, 9 de mayo de 2009

AIDA

She walks in beauty

She walks in beauty, like the night
Of cloudless climes and starry skies;
And all that's best of dark and bright
Meet in her aspect and her eyes:
Thus mellow'd to that tender light
Which heaven to gaudy day denies.

One shade the more, one ray the less,
Had half impair'd the nameless grace
Which waves in every raven tress,
Or softly lightens o'er her face;
Where thoughts serenely sweet express
How pure, how dear their dwelling-place.

And on that cheek, and o'er that brow,
So soft, so calm, yet eloquent,
The smiles that win. the tints that glow,
But tell of days in goodness spent,
A mind at peace with all below,
A heart whose love is innocent!

sábado, 25 de abril de 2009

Proyecto Brainstorm

1
Eleanor Lanssing esperaba en la pequeña sala atestada de bancos del aeropuerto internacional de Christchurch la salida de su vuelo: Pacific Blue 6778 hacia Sídney. El pequeño aeropuerto está situado a menos de diez kilómetros del centro de la ciudad, y no le había tomado más de 25 minutos atravesar sus silenciosas calles en su todoterreno de alquiler en aquella mañana de domingo. La ciudad parece conservar, después de más de 150 años, al menos una parte de los valores que impulsaron a la sociedad anglicana que la fundó. Auspiciados por el arzobispo de Canterbury, decidieron levantar en un tranquilo y resguardado emplazamiento de la costa este de la isla sur de Nueva Zelanda una moderna Jerusalén, regida por las más estrictas costumbres victorianas y valores católicos, que supusiese un refugio para la familias de clase media, deseosas de abandonar la relajación moral y depravación de los barrios de Wellington. En la actualidad la población cuenta con más de 400.000 habitantes, siendo la segunda en tamaño del país, pero sin ninguna duda la primera en cuanto a visitantes. En las proximidades de la ciudad se puede disfrutar de la nieve, los paisajes salvajes, la naturaleza en estado puro, los deportes de riesgo y, en resumen, montones de actividades de esas que ahora se popularizan a medida que los hombres cada vez necesitamos con más urgencia volver a sentir la sensación de libertad y peligro que llevamos inscrita en nuestros genes.

Pero Eleanor no se había visto atraída hacia la ciudad por ninguno de estos aspectos, sino por una casualidad geográfica. La ciudad de Christchurch se encuentra exactamente en las antípodas de La Coruña. Si trazamos una línea recta que parta de la plaza de María Pita, en La Coruña, y la hacemos pasar por el centro mismo de la tierra, este imaginario eje surge como por arte de magia bajo los cimientos de la catedral de Christchurch, en la plaza del mismo nombre. Eleanor había descubierto este dato hacía menos de un mes, cuando un simple trozo de papel transformó su vida. Pero esa es otra historia a la que volveremos más tarde.

Mientras su cabeza repasaba una y otra vez los acontecimientos de los últimos días, el murmullo del aeropuerto comenzó a ser cada vez más evidente. Más y más personas acudían a la terminal, probablemente debido a que la hora de salida del vuelo a Australia se aproximaba. Eleanor se sorprendió rodeada de jóvenes greñudos, terriblemente morenos, cargados con mochilas y sus tablas de snowboard. Sabía que la mayoría eran australianos por esa forma curiosa que tienen de hablar. Siempre le recordaba a cuando intentas pedir un café en un bar tras salir de una sesión de más de dos horas de dentista con la boca entumecida. Aunque era incapaz de comprender ni una sola palabra, sabía con certeza que las conversaciones versaban sobre las hazañas, más o menos reales, más o menos exageradas, conseguidas sobre la nieve, o mejor aún, en las noches de juerga en Methven. ¿Tenía algún sentido recorrer más de dos mil kilómetros para emborracharse en un local idéntico a los que se pueden encontrar en cualquier esquina de sus ciudades, y tirar los tejos a las mismas chicas que, en la mayoría de los casos, asistían a su misma universidad y se cruzaban todos los días camino de la biblioteca? Parece que el síndrome del viajero se apodera de todos últimamente. Síndrome poderoso pero mutante, y siempre presente. Primero el hombre empezó a viajar para sobrevivir: buscar comida, buscar caza, buscar hembras. Después vino la curiosidad: hasta donde podemos llegar, que hay en la tierra. Luego vino la codicia: buscar oro, explotar a otros pueblos, el comercio. Más tarde, la vanidad: el explorador que recibe gloria por llegar al polo sur, por subir al Everest, por salir en el periódico. En una nueva vuelta de tuerca llegó el viaje por salud: ir a darse baños, a tomar el sol, a respirar el aire de la sierra. Ahora, la última razón es el viajar por anotar muescas en el revólver. El que más viaja es el más libre, el que ‘mejor se lo monta’, el espíritu más alocado, el ‘hombre de mundo’. Y nada más lejos de la realidad. A estos viajeros no les gusta cambiar de forma de vida, y los destinos turísticos lo saben. Montan enormes complejos que imitan y reproducen el ambiente de seguridad al que están acostumbrados los viajeros. Fundamental, no obstante, introducir con cuentagotas rasgos exóticos o supuestamente autóctonos que permitan a la gente contar algo cuando vuelva a casa. “Que palmeras”, “nos ponían plátano frito para desayunar”, “iban todos vestidos con unas mantas muy raras envueltas a la cintura”. Haced la prueba si no me creéis. Si conocéis dos personas que hayan viajado, digamos, a las islas Fidji preguntadles sobre el lugar. Invariablemente os contarán lo mismo: las mismas anécdotas, las mismas actividades, la misma falta de contacto con la gente de verdad, el mismo aislamiento en sus complejos turísticos.

Una voz nasal anunciaba la salida del vuelo 6778 de Pacific Blu con destino a Sidney. Los pasajeros de las filas 43 a 21 podían embarcar inmediatamente. El resto, a esperarse. Eleanor miró su billete para ver si había resultado agraciada en la lotería aérea y, para su sorpresa, vió que tenía asignado el asiento 38B. Recogió su bolso del asiento de al lado y se encamino al mostrador de embarque, con el pasaporte y el billete preparados. Una amable azafata, con rasgos nórdicos, y que no encajaba para nada en aquella parte del mundo, le sonrió amablemente mientras comprobaba sus credenciales y la tarjeta de embarque. Con un ligero movimiento del hombro derecho le indico que podía pasar. Tras dejar su ligera chaqueta y el bolso en el compartimento de la parte superior, Eleanor se acomodó en su asiento e inmediatamente buscó los extremos de su cinturón de seguridad para ajustárselo. Era una manía adquiría hace tiempo y sin ninguna razón aparente: siempre se abrochaba el cinturón nada más subirse en el avión y nunca se lo quitaba hasta llegar a destino. A medida que el avión se iba llenando vio que el asiento inmediatamente a su derecha no se ocuparía. Parece que era su día de suerte. Primero, embarcar al principio. Después, dos asientos para ella sola.
Los motores del avión comenzaron a zumbar y el aparato rodó silenciosamente hacia la pista de despegue. Los pilotos recibieron la confirmación para el despegue desde la torre de control. Empujando hacia adelanta la palanca de control, los motores rugieron al aportar la máxima velocidad de impulso y el avión salió disparado por la pista, adquiriendo poco a poco su máxima velocidad. En el último momento, cuando la nariz del avión debía elevarse despegando las ruedas del tren delantero del suelo, algo ocurrió. La barra de amortiguación del tren delantero se partió por la mitad como si la hubiesen cortado con un laser. La pareja de ruedas con parte de su sujeción de acero rebotó contra el suelo mientras el morro del avión se desplomaba sobre la pista. Por el impacto, el fuselaje se combó ligeramente hacia arriba, e impulso con fuerza los restos del tren delantero hacia atrás, incrementando el efecto de la velocidad. Las ruedas, girando enloquecidas, impactaron brutalmente contra la ligera estructura de aluminio del ala derecha del avión, justo al lado de uno de los motores. Esto provocó un enorme boquete en la parte inferior del ala, y por tanto, en el depósito de combustible allí alojado. El queroseno comenzó a brotar como una riada, empapando la pista, el fuselaje y entrando directamente en el motor. La fricción de las partes móviles de la turbina sumada a la entrada masiva de combustible generó en un segundo una bola de fuego, que salió como una bocanada entre las palas del rotor. Este fuego se extendió rápidamente por las zonas empapadas de queroseno, se introdujo en el depósito dañado y atravesó el avión pasando al ala izquierda. Allí, el combustible encerrado, entró en combustión. Al no poder expandirse, se produjo una tremenda explosión que desintegró el ala completamente, enviando fragmentos de ala y los motores como proyectiles contra el fuselaje. El impacto abrió el fuselaje en varios puntos, por los que penetro el combustible que volaba por todas partes. El interior se incendió a continuación, calcinando a más de mil grados las maletas, asientos, moquetas y cuerpos a su paso. Treinta segundos después, sobre la pista del aeropuerto solo quedaba un amasijo de hierros, carne, fuego y humo totalmente irreconocible. Los servicios de emergencia sólo encontrarían un superviviente: uno de los jóvenes esquiadores. Prácticamente calcinado, moriría en la ambulancia camino al hospital.

miércoles, 11 de marzo de 2009

112

"Hola, ¿es la policia?"
"Buenas tardes, señor. Por favor diga su nombre completo."
"Estoy sentado ahora mismo en el alfeizar de la ventana preparándome para saltar."
"Si llama usted por un ataque, pulse uno. Si llama usted por un suicidio, pulse dos. Para cualquier otra consulta, pulse tres."
Otto, sin dar crédito a lo que escucha, se separa el terminal de la oreja y pulsa el dos.
"Servicio de asistencia a suicidas. Diga su nombre completo, por favor."
"Oiga, señorita, usted es la misma de antes, ¿no?".
"Si, señor...no me ha dicho su nombre."
"Entonces, ¿me puede explicar para que me pide que pulse un número?"
"Es para nuestras bases de datos y estadísticas, señor".
"¡Pero que yo llamo porque me voy a suicidar!"
"Señor, ya hemos registrado que ustes ha pulsado dos. Por favor, deme su nombre completo."
"Si me voy a tirar por la ventana, ¿para que quieres mi nombre completo?"
"Es para nuestra base de datos, caballero. No puedo continuar con la llamada si no se identifica."
"Está bien, señorita. Mi nombre es Otto Garcia Joderovich."
"Uff. Muy bien, señor Garcia. ¿Su segundo apellido es por joder....jiji?"
"Señorita, le recuerdo que la llamo porque me voy a suicidar."
"Tiene toda la razón, señor García. Disculpe vuecencia."
"Señorita, su tono creo que no es el apropiado para la situación."
"Lo siento señor, pero no nos está permitido revelar nuestra situación."
"No le preguntaba eso, pero, ahora que lo dice, ¿no puede decirme donde está?"
"No, caballero, aquí en el centro de atención al cliente de Valladolid no nos está permitido. En el de Cadiz, si."
"Aja, la he pillado. Ya me ha dicho usted donde estan sin darse cuenta."
"De eso nada, yo no le he dicho que estamos en el Polígono Argales....uppssss."
"Sinceramente, señorita, me resulta indiferente donde esté usted. Yo se donde estoy yo, que es en un alfeizar en un décimo piso a punto de saltar."
"¿Sería usted tan amable de indicarme su dirección?"
"Mi dirección es vayase al carajo número que le den."
"Carajo, carajo... Lo siento señor, pero esta calle no me aparece en nuestro CRM."
"Grssdffereeddododod."
"Esa calle tampoco me aparece, señor."
"Señorita, ¿como se llama usted?"
"Zoraida."
"No me lo creo. Seguro que ese no es su nombre verdadero."
"No, señor, pero no puedo darle información sobre mi nombre verdadero."
"Pues me gustaría saberlo, porque empieza usted a gustarme."
"Pues no puedo decirtelo, Otto..."
"Si me lo dijeses yo también podría llamarte por tu nombre, falsa Zoraida."
"Bueno, de acuerdo, me llamo Antia. Y antes de que lo digas , te juro que este es el de verdad. Mi madre, que era gallega."
"Pues la mía alemana, de esas rubias enormes, que se casó con un inmigrante canijo de Santurce."
"Hay que ver las vueltas que da la vida. Yo tenía un perro que se llamaba Otto. Lo mató un coche."
"Hablando de matar, yo te llamaba precisamente por eso. Que me voy a tirar por la ventana."
"No digas tonterías, Otto. Si realmente no te interesase nada en este mundo, ¿a que viene esta conversación que hemos tenido?"
"Quizá tengas razón. No me había planteado nunca que la curiosidad puede ser un motor para la vida. Pues de eso estoy lleno."
"Entonces no te preocupes.....Por favor, señor, ¿puede indicarme usted su dirección?"
"¿Antia? ¿Que ha pasado?"
"Señor, en estos momentos todos nuestros operadores están ocupados. Llame pasados unos minutos"

CLACK

Otto, desconcertado, sujeta el teléfono entre las manos. Se aleja de la ventana. Tiene que averiguar más sobre esa chica. Volverá a llamar hasta encontrarla.

Ana comenta a su jefa que ya ha salvado a otro suicida. Con este van 25 en lo que va de semana. Todo un record. Nadie entiende cual es su método.

lunes, 9 de marzo de 2009

Guillermo II, Rufus (1087-1100)

Guillermo II, Rufus (1087-1100)

A pesar de la gran cohesión y orden establecidos en Inglaterra por el Duque de Normandía, el nuevo aparato administrativo sólo fue capaz de sobrevivir cincuenta años mas tras su muerte. Guillermo respetaba el tradicional carácter electivo de la monarquía inglesa, tal y como reconoció durante su coronación, pero en su lecho de muerte en Normandía nombró heredero al trono de Inglaterra a su hijo preferido, Guillermo Rufus, enviándole a Inglaterra bajo la protección del Arzobispo Lanfranc. Entregó, con desgana, el Ducado de Normandía a su primogénito Roberto, dejando tan sólo una modesta suma de dinero a su tercer hijo, Enrique Beauclerk. La semilla de los problemas estaba sembrada.

Lo dominios gobernados por Guillermo II, Rufus, estaban fuertemente entretejidos en una complicada maraña familiar. El Rey de Inglaterra y el Duque de Normandía reclamaban lealtad, cada uno por su parte, a todos los terratenientes y nobles desde la frontera escocesa hasta Anjou. Y estos magnates y condes hicieron todo lo posible por fomentar la enemistad entre ambos gobernantes. La situación sólo se podía solucionar si uno sólo de ellos controlaba tanto Normandía como Inglaterra. Por si fuera poco, Normandía estaba rodeada de enemigos, que intentaban recuperar territorios perdidos en el pasado a manos del Duque. Uno de estos enemigos era la mismísima Iglesia de Roma, que rápidamente incrementaba su poder y prestigio a costa de las monarquías feudales. Tanto Guillermo Rufus como su sucesor Enrique I tuvieron que enfrentar problemas que estaban más allá de sus capacidades para resolverlos.

Los principales magnates aceptaron la coronación de Guillermo Rufus oficiada por Lanfranc en Septiembre de 1087, acatando las ordenes del arzobispo, demostrando el grado de poder que había alcanzado la Iglesia de Inglaterra. El nuevo monarca era un hombre ignorante, avaricioso e impetuoso, el tipo de gobernante que el país menos necesitaba en este o en cualquier otro momento. Según palabras de Guillermo de Malmesbury, había llegado a un punto de degradación más allá de cualquier posibilidad de recuperación moral o personal. Parece ser que la única actividad aceptable para él era la guerra; su corte se convirtió en lugar de peregrinación para armeros, expertos militares y mercenarios; la nobleza vivía de la tierra tomando lo que querían cuando quería de quien fuese. Para entretener a sus amigos, el rey ordenó la construcción de una enorme sala de banquetes en Westminster.

Inevitablemente, estalló una primera rebelión. Encabezada por el Obispo Odo de Bayeux, antiguo amigo de Lanfranc, tuvo lugar en 1088, con el objetivo de instalar a Roberto de Normandía en el trono inglés. Para defenderse del ataque, Rufus pidió la ayuda incondicional de sus súbditos. Les prometió leyes más justas, la revisión a la baja de los impuestos, y la derogación de gran parte de las leyes forestales instauradas por Guillermo. No tenía ninguna intención de cumplir estas promesas, pero con ellas consiguió reunir un ejército que derrotó con facilidad a las desorganizadas fuerzas rebeldes. En estas desfavorables condiciones, el Duque Roberto prefirió abandonar sus pretensiones por el momento. El ejército de Odo, rodeado en Rochester, ofreció su rendición, y el propio obispo fue deportado a Europa. La muerte de Lanfranc supuso la desaparición de la única persona con poder suficiente para exigir a Rufus el cumplimiento de sus promesas. El rey podía permitirse ahora nombrar libremente a cualquiera de sus secuaces para los cargos más relevantes, y, confirmándolo, nombro responsable del tesoro de Inglaterra a Ranulf Flambard.

A pesar de las errores de Guillermo II, Inglaterra tenía un gobierno estable y firme comparado con el de Normandía, donde se había instaurado una situación de anarquía permanente, con el Duque Roberto, incapaz de controlar a sus magnates que pagaban guerras privadas, construían castillos sin su permiso y actuaban como soberanos independientes. Rufus supo ver lo oportuno de la situación y lanzó una invasión sobre el Ducado en 1090, como venganza por la participación de Roberto en la rebelión de dos años antes. Contó con la ayuda de Felipe de Francia, sobornado para dejar a Roberto sin apoyos.

La ofensiva lanzada por Malcolm de Escocia en 1092 obligó a Rufus a llevar su ejército de vuelta a Inglaterra, donde estableció un cuartel general en Carlisle, en la frontera escocesa. Durante el año siguiente, el rey escocés fue asesinado en Malcolm’s Cross a manos de Earl Mowbray. Los acontecimientos que sucedieron a este asesinato, fundamentalmente la alianza entre Donaldbane y Magnus de Noruega, crearon una nueva amenaza para Guillermo. Sin embargo, Normandía ocuparía su política militar durante los siguientes tres años.

En Normandía, el Duque Roberto decidió atender la llamada del Papa Urbano a la Cruzada, para recuperar Tierra Santa de manos de los turcos, permitiendo el libre paso de los peregrinos. Para obtener los fondos necesarios y financiar la campaña, hipotecó el Ducado de Normandía por 10.000 marcos dejándolo en manos de Guillermo. Esta fantástica suma no podía obtenerse de una Inglaterra ya seca tras sufrir durante años todos los métodos de extorsión imaginados por Flambard. La Iglesia se convirtió en la única fuente posible de financiación. “¿Acaso no tenéis cajas de oro y plata llenas de huesos de muertos?” contestó el rey ante las protestas de los obispos.

La ausencia de Roberto de Normandía, ocupado en su aventura en Oriente Medio, supuso un golpe de buena suerte, y un respiro, para el Rey de Inglaterra. Pudo acabar con Donaldbane en Escocia, entregando el trono escocés a uno de sus vasallos, Edgar. Reprimió los alzamientos en Gales vendiendo el Condado de Shrewsbury a uno de sus magnates normandos. Y comenzó la campaña orientada a conquistar Francia. En Agosto de 1100 Guillermo fue asesinado durante una cacería en el New Forest, pasando el trono de Inglaterra a su hermano Enrique.

martes, 3 de marzo de 2009

Tomo y Obligo

Tomo y obligo, mándese un trago,
que hoy necesito el recuerdo matar;
sin un amigo lejos del pago
quiero en su pecho mi pena volcar.
Beba conmigo, y si se empaña
de vez en cuando mi voz al cantar,
no es que la llore porque me engaña,
yo sé que un hombre no debe llorar.

Si los pastos conversaran, esta pampa le diría
de qué modo la quería, con qué fiebre la adoré.
Cuántas veces de rodillas, tembloroso, yo me he hincado
bajo el árbol deshojado donde un día la besé.

Y hoy al verla envilecida y a otros brazos entregada,
fue para mí una puñalada y de celos me cegué,
y le juro, todavía no consigo convencerme
como pude contenerme y ahí nomás no la maté.

Tomo y obligo, mándese un trago;
de las mujeres mejor no hay que hablar,
todas, amigo, dan muy mal pago
y hoy mi experiencia lo puede afirmar.
Siga un consejo, no se enamore
y si una vuelta le toca hocicar,
fuerza, canejo, sufra y no llore
que un hombre macho no debe llorar.

domingo, 1 de marzo de 2009

Metamorfosis

Siempre le había gustado el agua. Estanques, torrentes, incluso el mar, pero sobre todo, los ríos. Disfrutaba remojándose, con la mitad del cuerpo en el agua, la mitad fuera, como si fuese una criatura ancestral pillada pasando del agua a la tierra.

Con un viejo vestido de su madre, hizo su primer traje de pez, con una tela dorada muy gruesa estampada con abstractas formas asemejando olas. Tenía lentejuelas verdes y doradas bordadas en el cuello. Recordaba a su madre con aquel vestido, preparándose para asistir a una fiesta, inclinándose sobre él para darle un beso de buenas noches, y las lentejuelas brillando en la oscuridad como si ella fuese un ser mágico salido de su libro de cuentos de hadas.

Cortó el vestido formando un ovalo, tanto por delante como por detrás, dejando un agujero en uno de los extremos para poder sacar la cabeza. A ambos lados, unos trozos triangulares de plástico simulaban aletas, y otro más hacía las veces de cola. Por supuesto, a su edad no sabía usar aguja e hilo. Cosía de forma torpe, experimentando en cada puntada, provocando arrugas en algunas partes y bubones en otras. Sin embargo, plantado a un par de metros del espejo, en la oscuridad de su habitación verde aguamarina, y entornando lo ojos, el traje parecía funcionar.

Tardó unas semanas en atreverse a salir a la calle con el traje. Conocía un recodo en el río que era tranquilo y solitario. En realidad se conocía cada recodo del río, y sabía que ese era el mejor. Metió el traje en una bolsa de plástico con la marca del supermercado, y se dirigió al río. En cuanto llegó a donde quería, se quito la ropa a toda prisa y se puso el traje, completando en cinco minutos su modesta versión de la transmutación entre especies. Se sentó en el borde del río y poco a poco fue metiéndose en el agua hasta que sólo la cabeza sobresalía del agua. Al principio se sintió extraño. Entonces se dio cuenta: el sentimiento extraño era en realidad una profunda alegría. Apoyó la cabeza sobre una playa de piedras, con el cuerpo dentro del agua, y permaneció así durante horas, dejándose mecer por la corriente. Cada cierto tiempo doblaba el cuello, metiendo la cabeza bajo el agua para ver pequeños peces que le rodeaban, observándole con curiosidad. También observaba como, poco a poco, sobre el traje se acumulaba la nata verde de las aguas estancadas, mientras una miríada de renacuajos jugaba con sus aletas. Por primera vez en su vida sintió que encajaba con su cuerpo y con su piel.

Desde entonces, todos los días iba al río. Recordaba esa época como la mejor de su vida, pero, al ser viejo el material del traje, duró poco. Acabó prácticamente convertido en girones.

Con su segundo traje, se equivocó. Hecho de tela de polyester barata, en el agua se volvía insoportablemente pesado, arrastrándole hacia el fondo. Tras sólo una semana, decidió descartarlo.

Para el tercer traje decidió usar un nuevo material verde y sólido, que se encontró un día mientras paseaba al lado del río. La tela era fuerte y parecía fabricada para estar en el agua. Colocó una única y larga cremallera en la espalda. Cuando se metía dentro y cerraba la cremallera, sólo podía inclinar el cuerpo hacia los lados, y pegar saltos hacia adelante y hacia atrás. Delante del espejo, practicó los movimientos. El reflejo era el de un pez, el humano no estaba. Con el traje se sentía como un viejo pez de río, quizá una trucha, que, tras burlar a los pescadores durante años, vivía tranquila y segura, sin ninguna preocupación.

Se llevó el traje al río, se lo puso rápidamente y se metió en el agua. El traje era simplemente perfecto. Todos los agobios y presiones de ser humano se disolvieron en un segundo. Dentro del traje ya no contaba con la ágil y analítica mente de un mamífero. Sus pensamientos se volvían lentos, asumiendo la actitud de una gran trucha irisada. Hubo ratos en que se olvidó por completo de su naturaleza humana.

Comenzó a anochecer, y cuando la luz era prácticamente imperceptible se impulsó fuera del agua a la orilla. Entonces se dio cuenta, con cierta sensación de miedo, que la tela del traje había encogido con el agua. No podía alcanzar la cremallera. Había hecho el traje muy ajustado, intentando que fuese lo más auténtico posible, pero no había contado con tener que quitárselo estando mojado. Es posible que su metamorfosis pisciforme se hubiese extendió de su exterior al interior. Veía el mundo como un pez, y un pez nunca tiene que pensar como quitarse la piel.

Sudando y con el pánico extendiéndose por su cuerpo, las próximas horas fueron una sucesión de empujones, encogimientos, estiramientos y saltos, avanzando centímetro a centímetro en un esfuerzo puro de voluntad. En ningún momento gritó pidiendo ayuda. ¿Cómo enfrentarse al ridículo? Con el tiempo llegó a una hondonada donde se detuvo, sin fuerzas para continuar o gritar, aunque hubiese querido. Pero, incluso entonces, se sintió satisfecho de no ver a nadie observándole. Después de todo, ¿cómo hubiese explicado su situación?
Meses después su cuerpo putrefacto y gaseoso, embutido como una salchicha en el traje de pez, fue encontrado a bastantes metros de la ribera. Se había arrastrado durante días.